Me afligí cuando nos despedimos,
pero mientras hablábamos me sentí bastante cómodo, en parte dichoso por su
amistad y por quererlo tanto, en parte aliviado porque sus propósitos nunca
fueron diabólicos; pero criminal por querer hacerle menoscabo, de experimentar
a su enemigo. Y sí, fui cursi porque antes de que llegara le compré algo, algo
simple, pero algo, y entonces pedí al olimpo que me entregara una señal, a ver
si se lo merecía, y sí, la señal llegó e incluso él y el mundo entero la notó, tal
como en nuestra primera cita, como si el destino se burlara, entonces le entregué
el obsequio antes de despedirnos con un tónico abrazo; le cedí mi alma en ese
corazón rojo en forma de caramelo, quizá como emblema u homenaje, o como una ofrenda
por su cariño, o como ejemplo de mi difícil amor. Me siento sanado, y podré
continuar de alguna forma, pero enfermo de otro mal.
Sin entramparse, abandonar el juego del deseo de el amor, de las
pasiones... de el fantasma de todo lo que no es, con sus cargas potentes,
en la insatisfac...