Mientras demoraba una hora en
inhalar y otras dos en exhalar sobre el astro fugaz en el que atravesaba todo
viento y que erizaba mis bellos, comprendí la verdad en cuanto a tal; si no
fuera por esas agujas que penetraban mis poros ni por las panteras que me
intimidaban al parpadear, podría haber increpado sagazmente mi conclusión y así
el público habría conocido la inocencia que me bordeaba y no estaría ahora
piñizcando mi sien cegado en busca de cordura, ni salivando pus entre mis
dientes con mis ojos dilatadamente desorbitados, ni orquestando sinfonías que entona
mi gata entre la niebla espesa buscando amor o comprensión con su danza; la
noche no lo resiste, pero no cesa, sino que continúa sin olvidar la melodía de
la necrosis que me hace procrastinar sin rumbo, como conduciéndome frágilmente
a un prólogo conocido, guardado bajo sarcófagos de esta hacienda, en el mismo
lugar donde yace el cuerpo del occiso devorado; pero lector, le recomiendo no
ver ningún mal, ni oír ni hablar ningún mal ya que todo es aparente nada más.
Oxido, rosas, calcio, tacto, lamento, soledad; ya no queda alguien para confiar
la anterior verdad. Grasa, madera, humedad; no, no, gritar no me va a salvar –
sí, aquí el goce existe también en el mal – sí, aquí es el éxtasis más
exquisito que alguien pueda entregar.
Sin entramparse, abandonar el juego del deseo de el amor, de las
pasiones... de el fantasma de todo lo que no es, con sus cargas potentes,
en la insatisfac...