El caso aún no comenzaba y el detenido esperaba paciente en su fría celda. Estaba siendo enjuiciado por demostrar sentimientos, sentimientos de naturaleza humana. El juez con su blanca melena y casi rubia, esperaba con odio. El murmullo en la sala obligó al juez a levantar la voz y tomar orden en la corte. El murmullo cesó. La autoridad mandó a llamar al enjuiciado, y le fueron a buscar. Él caminaba mirando hacia el suelo, con los ojos sin expresión, con lágrimas. Un escolta le golpea, el reo cae. Sangra, sangra su cabeza. Se pone de pié. Camina. Con movimientos de suave timidez caía la gota por su frente, se mezclaba con su tristeza y caía al piso. Llegan a la corte, y el murmullo comienza otra vez. Las miradas le penetran, lo apuñalan. Él no las siente, ya no puede sentir, no desea sentir... Toman asiento.
-¿Dónde está el litigante?...
-Se ha ido. - Le responden al Juez.
-¿Qué haremos con éste, entonces?
-Tirarlo a los leones...
La audiencia aplaude.
-Que se levante el imputado. - y el reo se pone de pie.- ¿Cómo se declara usted?...
Aunque trató éste de hablar, sus palabras no pudieron salir. Alguien de la audiencia le lanza un objeto; el reo se tambalea.
-¿Por qué mostró sus sentimientos?...
-No lo sé. - Responde éste, con voz distante.
-¡USTED ME DA GANAS DE DEFECAR! - Se altera el Juez. - Se supone que usted... ¡Que usted tiene el corazón negro como el odio!
-No. Esa persona me mostró que no.
-¡¿Dónde ha dejado su orgullo, dónde ha dejado usted sus convicciones?!
-Aquí las tengo... - El reo abre su pecho y muestra sus podridas entrañas.
-¿Cómo es posible, entonces, que usted se sienta así?...
-Porque en la verdad, mi corazón no es negro de odio. Es negro de dolor.
-¿De dolor cómo, si usted no sabe amar?...
La audiencia aplaude.
-Pero para odiar, su señoría, primero debo amar.
-Amarte a ti mismo, claro. ¡Pero odiar a los demás!
-Él me enseñó que debo tomar el odio como a un rival. Él me salvó.
-¿Salvarte de qué?
-Del suicidio, señor.
-¡USTED AÚN ME DA GANAS DE DEFECAR!... - La audiencia aplaude una vez más. - Traeremos a quien le ha provocado cambiar sus convicciones. Su sentencia es asesinarle.
-No. No le deseo el mal.
-Entonces usted va a morir.
-No me interesa. El miedo por la sangre tiende a crear miedo por la carne.
-¿A qué se refiere usted con eso?...
-El miedo a vivir cede a un miedo por la muerte.
-¿Entonces usted no tiene miedo a morir porque no teme a vivir?..
-Así es señor. Satán está conmigo.
La audiencia murmulla. El Juez gruñe y el murmullo muere.
-¡Traigan al verdugo!
El reo es llevado al medio de la tribuna, la gente grita ofensas y ríe. El verdugo empuña la vaina; el reo piensa. Piensa, y ahora sigue pensando. Aún espera su muerte.
Sin entramparse, abandonar el juego del deseo de el amor, de las
pasiones... de el fantasma de todo lo que no es, con sus cargas potentes,
en la insatisfac...