Ubi vos exigo evolutio, ego volo ascio vestrum animo. Tu es pestis.

© Francisco Javier Maureira P. 2005 - 2017

30.1.10

Si las letras besaran...

Me siento vacío. Tomaría mil pastillas para volar lejos de aquí, aunque sea por unos momentos... A veces volteo en la cama, pensando, y mis labios se posan, y recuerdo que las almohadas no besan; que estupidez. Aunque es más estúpido desearte sabiendo que es imposible tenerte... Siempre he dicho y diré que no necesito a alguien... Pero a ti... Maldición. Sin ti cada segundo en el mundo es un desperdicio.

28.1.10

Azar.

Dejaré que todo siga su rumbo, que todo resulte sea como sea. Dejaré que la oscuridad me consuma nuevamente; da lo mismo. Tengo más por ganar que por perder. Pero, ¿dejo todo al azar?...

27.1.10

Uno.

"Lo que te diga ahora acerca de quien soy en tres segundos más no seria real... y no porque te mienta, es solo que entonces todo el mundo cambiara y por consecuencia... yo me acoplaré."

26.1.10

Un último aliento.

Se vistió rápido, un tanto sumiso a sus pensamientos. Tenía ánimos, a pesar de que el clima y el cielo amenazaren un mal día. El despertador tocó después; él se había levantado antes. Algo en el aire anunciaba que sería un buen día, el mejor en su vida; o tal vez el peor. El alba traía consigo una espesa niebla y el frío penetraba a los huesos. José recordó que no había algo interesante o importante que hacer el día de hoy. No le importó. Salió de la cabaña y se dirigió al bosque, para cortar leña. No le tomó más de veinte minutos abastecerse. Al volver a la cabaña, se percató de algo extraño; el reloj no se movía, ninguno de los que había en el lugar; incluso el despertador no marcaba otra hora que la última vista por él. Caminó hasta la fotografía de una bella mujer, la miró un momento con el corazón lleno de esperanzas; "ya estoy por ir, ya estoy por ir", decía él en su corazón. Dejó la fotografía sobre la mesa, para mirarla de lejos mientras se sentaba en frente; era su esposa, su difunta esposa. Pasados unos minutos o quizás horas, por las ventanas, pudo apreciar cómo el ambiente oscurecía. No sentía necesidades; sólo quería estar con ella. Cerró los ojos y sintió la llegada del momento. Su corazón agonizaba, su respiración disminuía, también su pulso. De todas formas la alegría superaba el momento en clímax. Dejaba atrás una gran vida, con honor. La transición no duro mucho desde que perdió la conciencia. Despertó en su cama nuevamente, en su cabaña, solo.

A veces le resultaba hostigante morir todos los días, y es por eso que se propuso hacer otra cosa este momento. No apagó el despertador. Se vistió y salió de la cabaña, pero esta vez no hacia el bosque, sino que caminó rumbo a la ciudad. La niebla, cada vez más lejano se estaba, más espesa se volvía. Comenzó a oscurecer nuevamente. Se desplomó de un momento a otro, y el hielo de la noche lo comenzó a cubrir. Despertó nuevamente en su cama, pero esta vez con un recuerdo; una cascada cercana al camino que da hacia la ciudad. Sin perder más tiempo, encaminó hacia aquél lugar, pero no pudo dar con él, se atardeció antes y murió nuevamente.

Esta vez despertó sin ánimos; perdió el día sentado observando la fotografía, mientras hacía memoria sin hilar sucesos en su mente. Cuando comenzaba a oscurecer, decidió probar algo nuevo al siguiente día; fortalecer su cuerpo aún más, para ser veloz y llegar antes del anochecer a la cascada. Así, los siguientes días trabajó arduamente en su entrenamiento, y cada vez que sudaba, era un elixir de juventud; sus arrugas y su viejo aspecto desaparecían; estaba recobrando su vitalidad. Finalmente, al quitarle quizás diez años a su cuerpo, decidió probar e ir a la cascada, para ver qué más podría recordar.

Sí, un día lo logró, y recordó que ahí fue donde ella murió. Recordó que ese fue el lugar donde no pudo contener los demonios que se la llevaron; no pudo salvarla, no estaba en condiciones de un digno combate. Con tristeza dio media vuelta para marchar hacia la cabaña, y en esos momentos fue cuando escuchó a lo lejos la voz de su mujer gritar, pero el sonido desvanecía con la cascada. Su estómago se apretó, como también sus puños y dientes; nuevamente no pudo hacer algo. El anochecer estaba cercano, y con gran dolor esperanzaba en poder despertar nuevamente el siguiente día; para trabajar su fuerza y poder salvarle.

Así, los siguientes días entrenó su fuerza, devolviendo el tiempo cada vez más atrás, tan atrás que no pudo medir por estar cegado por la ira... El acontecimiento de la cascada estaba distante en años, por lo que no cabían posibilidades de salvarla aún. Los únicos acontecimiento que estaban cerca, ahora, es la del primer encuentro; el día en que se conocieron. Entonces decidió bajar a la ciudad, para prevenirle a ella de lo que sucedería, y en cada vez que corría hacia la ciudad, recordaba que así mismo se dieron las circunstancias para el primer encuentro. Así fue; la encontró donde recordaba... Estaba encarnando la situación nuevamente. Poco a poco llego el momento en que ella le roba el corazón con un beso, pero esta vez escogió no besarla. Sólo así, quizás la salvaría para entonces. El anochecer llegó y José murió nuevamente. Al siguiente día despertó no en la cabaña, sino en un templo. No había rastros de algún recuerdo de ella. Había nieve en los patios, y nadie en los pasillos. El lugar lo demandaba; meditó. Su fuerza espiritual y mental se iba incrementando. Esta vez su entrenamiento no tenía motivo... No otro que no fuera limpiar su alma. "Ahora lo comprendo, ahora todo tiene sentido; es hora de caminar nuevamente sin tropiezos" fueron sus últimas palabras.


25.1.10

Reflejo.

Despertó otra noche, de viento y lluvia, aterrorizado de su mente. No podría alguien entender sus sueños; ningún sicólogo daba respuesta concreta. Tenía la frente sudada y su cabello húmedo. Su agitado respirar hacía eco en la gigante habitación oscura; a veces un cegador relámpago iluminaba el lugar, a través de la ventana trasera a la cama, dejando su silueta marcada en la pared frontal, allí donde cuelga un gigante retrato antiguo, una reliquia familiar con la imagen de algún desconocido en su sangre; de mirada penetrante, hiriente y arrogante, con la vista en alto. Aún agitado y tratando de calmar el miedo, se sienta sobre el costado de la cama, para luego caminar hacia el baño con un tremendo dolor de cabeza, donde toma unas pastillas y vuelve para dormir. Ya en su lecho, se acurruca como un feto, deseando que el frío que recorre su espalda y piel se aleje; mientras sus párpados cerraban atrozmente al ensordecedor ruido de la lluvia que ahora golpea con ira la ventana. Se sumergió en la demencia otra vez, y está solo.

Al día siguiente, en oleo pintó a aquella joven que en su sueño vió; más que sueño era una pesadilla, un deja vú constante incluso de día. Clavícula la llamó él, con lujuria y horror. Ahí, en la tela estaba, con su blanco y largo pelo abultado, sus blancas pestañas y su pálido rostro. Clavícula es una mujer albina, de más o menos veinte años, pensativa, lúgubre, quizás triste; como él.

Transcurrido el día, debió asistir a su cita con el Doctor Hainsworth; su sicólogo, a veces considerado como amigo.

Nerón, el muchacho de los acontecimientos, debió tener unos veinte años también, como Clavícula. Él era una persona solitaria, de familia acomodada, que vivían entre vegetación y montañas, en una mansión heredada.

Sus anteriores sicólogos, y también siquiatras, entre más cercanos estaban de saber sobre su locura, de diagnosticar algún problema, dejaban el caso; sin explicación alguna. Así que pasaron los años; los días y noches cada vez fueron incrementando el tormento de Nerón, pero fue él quien finalmente puso fin a su existencia, entre sus sueños, mientras estaba con Clavícula; el la trató de asesinar. Sí, lo cumplió. Pero también murió él.