Ubi vos exigo evolutio, ego volo ascio vestrum animo. Tu es pestis.

© Francisco Javier Maureira P. 2005 - 2017

26.7.10

Una historia para dormir.

Cuenta esta historia, que vivió un Príncipe de corazón malherido, y de corazón malherido porque vivió un infierno; en un reino iluso de fe y cierto en tristeza; el Príncipe sería el próximo para la Corona, sería el Rey que le sigue a su Padre, así el mismo le nombró, pero como en una tragedia griega fue herido a muerte por la envidia, personificada en quienes entonces más amaba. El Príncipe, luego de tal tormento, el cual casi le cuesta la vida y dejando severas consecuencias, despertó en algún lugar. Él no tenía idea alguna de dónde, ni de quien era. Con la cabeza un tanto mareada, sin ánimos y agotado, divisó a un hombre entrando por una puerta; el lugar estaba oscuro, con poca luz, y mientras analizaba la situación, aquel hombre le tomó la frente, murmuró algo que no supo entender, y desvaneció en sueños nuevamente. A los días, cuando ya estuvo mejor, y cuando ya llevaba tiempo charlando con aquél hombre misterioso, llegó el día en que surgió la duda; "¿qué pasó, y quién eres?"... Entonces aquél hombre, de apariencia seria, pensativo, y lúgubre, le llevó en penumbras fuera del refugio; era una cabaña, en un bosque espeso, en una noche donde la luna dejaba ver su danza erótica entre las hojas de los árboles macizos. Caminaron a un lugar no muy distante, y mientras caminaban le fue contando sobre él; el hombre misterioso era un mago, un hechicero que manejaba las artes oscuras, y debido aquello debía vivir un tanto alejado, y no contó más, se detuvo en un cierto punto del bosque, y narró con sus palabras lo acontecido en algún día de Febrero; el hechicero había encontrado al Príncipe, que hasta el momento no sabía de su linaje, inconciente en una fosa de cadáveres putrefactos, con signos de vida aún, y lo llevó hasta su hogar para recuperarle. No le contó más; quizás porque el hechicero ignoraba el resto de la información. Al día siguiente, bajaron las montañas hasta el pueblo, para abastecerse de cosas tales como comida, y otras tantas para realizar magia negra. El día amenazaba con truenos; así como las dudas invadían la mente del Príncipe, que anhelaba saber quién le había dañado de tal forma, para concretar venganza. En la tienda, la gente le miraba, volteaban la vista y murmuraban palabras sordas. Una anciana soltó en llanto y le abrazó, exclamando con alegría que estaba vivo; "¡está vivo, está vivo!"... Tan solo por impulso corrió en el impacto para afuera de la tienda, con el pulso acelerado. El hechicero, con paciencia salió luego de él. Lo tomó del brazo y lo encaminó hacia la salida del pueblo, hacia la subida de las montañas y el bosque. Mientras caminaban las miradas penetraban, y la gente se sumaba en escándalo. El hechicero contó la verdad; "eres un Príncipe, y tu familia te empuñó la daga en la espalda; no querían que fueras el nuevo Rey"... El silencio entró en la escena. El hechicero comenzó a marchar cuesta arriba, y dijo "puedes volver a tu reino", y comenzó a saborear la soledad otra vez. El Príncipe lo detuvo del brazo, y comentó que no deseaba volver a su Palacio, sino que quería su compañía. Entonces el hechicero le ofreció un espacio en su apocilga, y prometió cuidar de él, y también prometió hacerle sentir más que un Rey, y que estaría mejor que en cualquier Palacio del mundo.