Sintió una llamarada en los pómulos,
un sudor de buen aroma en los labios, el aliento que se disipaba al aumento de
latidos, carbón de la taquicardia, éxtasis en el espíritu, vigor en su gemido, se
sintió un cavernícola neandertal. Sintió un torrente de vidrio que emana del volcán;
un desliz terrenal, una dilatación artística, una contracción mental, un sueño en
su propio averno, una conexión a la paz. Sintió ternura sin lujuria, pero ahora
yacía en las sábanas, acorralado en ese ambiente cálido, con sus extremidades
frías y los oídos sordos, libre en su mente de agobiarse por los pensamientos inhóspitos
de cualquier eventualidad; levitando en la ocasión que le hizo permutar sus
fluidos, volviendo lentamente a su centro, entre suspiros de alivio de lo que
era su atormentada vida falsa, recordando una vez más sus crímenes, olvidando
sus deseos y suicidando su dignidad; a oscuras con aquel extraño que jadeaba a
su lado y que con cada exhalo le apuñalaba su integridad y su hombría; ¿qué
hago aquí nuevamente, no debería poderme ya controlar?
Sin entramparse, abandonar el juego del deseo de el amor, de las
pasiones... de el fantasma de todo lo que no es, con sus cargas potentes,
en la insatisfac...