El otro día, entre mucha lectura aristotélica,
intercambio de anécdotas y pensamientos varios –sólo nos faltaba pintarnos las
uñas-, surgió el tema del recuerdo; “¿recuerdas tu primer beso?” ¡Oh! vaya
dilema, he dado tantos que mis ojos se desorbitaron a tal pregunta sin saber
qué responder mientras buscaba en mi mente el primer beso. Entonces interrumpieron
mi introspección para precisar –o divagar más-; “¿con amor o sin amor?” y
entonces más aún se dividió mi mente al tiempo y espacio en búsqueda de una
respuesta que satisficiera el momento y aquella curiosidad; recordé muchas bocas,
intenté recordar el primer beso con cada uno de esos labios pero me fue
imposible recordar específicamente el primero –aunque de todas formas objeto
que quizá hubieron muchas lenguas que se quedaron en un beso único y saturado
de tedio-. La tensión en mi mente por la incertidumbre se vivió hasta incluso más
tarde aquél día incluso cuando resucitó el tema entre birras y miradas expectantes
de mis amigos esperando una respuesta digna; “lo que en verdad sucede es que
prefiero no recordar mi primer beso, ya que no fue importante, y lo más
probable –y eso espero- es que hayan muchas personas en mi misma posición” dije
con aires de caballero, “y además, prefiero mil veces recordar el último beso
que he dado, prefiero recordar y pensar si acaso fue a la persona correcta, si
acaso me satisface la forma en que lo di, si acaso entregué la pasión que
sentía, y si acaso puedo morir feliz y tranquilo, ahora mismo en este instante,
conociendo mi último beso” precisé. Naturalmente, tras tal profundidad de la
respuesta –esperable en mi esencia- y conforme a mi personalidad de bajo perfil
añadí una risa alegre al final; la verdad es que para mí el tema no quedó ahí,
llevo días pensando cómo desarrollar y defender mi teoría del último beso; a
veces encuentro los argumentos precisos, pero así también construyo la
refutación perfecta; sí, recuerdo los primeros besos, están ahí, como recuerdos
inertes de emociones. No obstante, hay un último primer beso que sí recuerdo
con gran exaltación, porque ese primer beso fue como besar a un ángel, fue como
probar los labios de un espíritu celestial; esa noche me probé sus caricias y
me calzaron divinamente elevando mi corazón, y es que aún me revuelve el pecho
el deseo de seguir dándole besos tan apasionados; es por esto que no quiero
olvidar tal primer beso, pero sí eliminar de mi memoria todos los otros labios
que me han tratado de conquistar. Así mismo, prefiero recordar mi último beso –y
no solamente el primero en la historia-, mas así mismo debo haberme sentido,
quizá, con cada primer beso –vaya alma estúpida llena de ilusiones que soy-. En
definitiva aún no logro responderme la interrogante que trascendió la pregunta
inicial del primer beso; ¿con qué fin recordar un primer beso, con qué fin
recordar otro que no sea el beso de tu último amor?...
Sin entramparse, abandonar el juego del deseo de el amor, de las
pasiones... de el fantasma de todo lo que no es, con sus cargas potentes,
en la insatisfac...