Creo haberlo superado, nunca me
había obsesionado con una persona, mi trastorno giraba en cosas o acciones,
pero jamás había radicado en una persona. Aunque por un momento pensé que la
obsesión fue de ambos, jamás tuve el coraje de preferirle y quedarme
completamente con él, nunca tuve la seguridad de si era sólo un capricho mío, como
tampoco tuve la seguridad de si acaso era una situación sana para mí. Nuestra complicidad
no pasó a más de varios besos descubiertos y celados, que obviamente no era lo
único que seríamos capaces de hacer, no teníamos límites en esta infidelidad.
Cada instante nos enloquecíamos más, por lo que es así como se mantuvo aquella
tensión tantos años –creo-; así decidimos distanciarnos, alejarnos, pero el
destino nos guiaba a encuentros casuales en uno y en otro lugar, encuentros que
no pasaron más de unas miradas, ni siquiera un gesto de saludo por cortesía;
nos hacíamos los estúpidos por estar inhibidos. El destino nos fue juntando
cada vez más en lugares casi imposibles, con mayor frecuencia, con mayor apetito
en nuestras mentes, por lo que de a poco me fui convenciendo de que mi destino
se gobernaba a su entorno; ingenuamente tuve el coraje de permitirme sucumbir
ante su juego, en las duchas del motel, sólo para descubrir que su enfermedad
había avanzado y que cada día estaba más demente; cambió su nombre por tercera
vez, su aspecto físico evolucionó más tosco pero más masculino, su perspectiva
del mundo estaba distorsionada y terminó por esconder a quien dulcemente me
obsesionaba muy en el fondo de su sufrimiento. No obstante, estaba vulnerable, estábamos
vulnerables ambos. No me importó ser la única conexión entre su pasado y su
presente, la tensión esa tenía que desaparecer de alguna forma; fue mi mejor
venganza ante mi despecho, y fui el mejor alimento para su ego. Tuvimos ambos
lo que deseábamos, pero la locura del destino nos abofeteaba de todas formas;
pactamos un trato, del cual no puedo escribir, un pacto a plazo, a tiempo, que
cada vez está más próximo de cumplir. La fecha está próximamente lejana, pero
se acerca a extraños pasos que me anidan un miedo y una sutil angustia. Quizá no
debí ser tan bastardo, pero el trato ya está hecho, no puedo fallarle al diablo,
más si se consumió en las tinieblas la amistad.
Sin entramparse, abandonar el juego del deseo de el amor, de las
pasiones... de el fantasma de todo lo que no es, con sus cargas potentes,
en la insatisfac...