Ubi vos exigo evolutio, ego volo ascio vestrum animo. Tu es pestis.

© Francisco Javier Maureira P. 2005 - 2017

26.1.10

Un último aliento.

Se vistió rápido, un tanto sumiso a sus pensamientos. Tenía ánimos, a pesar de que el clima y el cielo amenazaren un mal día. El despertador tocó después; él se había levantado antes. Algo en el aire anunciaba que sería un buen día, el mejor en su vida; o tal vez el peor. El alba traía consigo una espesa niebla y el frío penetraba a los huesos. José recordó que no había algo interesante o importante que hacer el día de hoy. No le importó. Salió de la cabaña y se dirigió al bosque, para cortar leña. No le tomó más de veinte minutos abastecerse. Al volver a la cabaña, se percató de algo extraño; el reloj no se movía, ninguno de los que había en el lugar; incluso el despertador no marcaba otra hora que la última vista por él. Caminó hasta la fotografía de una bella mujer, la miró un momento con el corazón lleno de esperanzas; "ya estoy por ir, ya estoy por ir", decía él en su corazón. Dejó la fotografía sobre la mesa, para mirarla de lejos mientras se sentaba en frente; era su esposa, su difunta esposa. Pasados unos minutos o quizás horas, por las ventanas, pudo apreciar cómo el ambiente oscurecía. No sentía necesidades; sólo quería estar con ella. Cerró los ojos y sintió la llegada del momento. Su corazón agonizaba, su respiración disminuía, también su pulso. De todas formas la alegría superaba el momento en clímax. Dejaba atrás una gran vida, con honor. La transición no duro mucho desde que perdió la conciencia. Despertó en su cama nuevamente, en su cabaña, solo.

A veces le resultaba hostigante morir todos los días, y es por eso que se propuso hacer otra cosa este momento. No apagó el despertador. Se vistió y salió de la cabaña, pero esta vez no hacia el bosque, sino que caminó rumbo a la ciudad. La niebla, cada vez más lejano se estaba, más espesa se volvía. Comenzó a oscurecer nuevamente. Se desplomó de un momento a otro, y el hielo de la noche lo comenzó a cubrir. Despertó nuevamente en su cama, pero esta vez con un recuerdo; una cascada cercana al camino que da hacia la ciudad. Sin perder más tiempo, encaminó hacia aquél lugar, pero no pudo dar con él, se atardeció antes y murió nuevamente.

Esta vez despertó sin ánimos; perdió el día sentado observando la fotografía, mientras hacía memoria sin hilar sucesos en su mente. Cuando comenzaba a oscurecer, decidió probar algo nuevo al siguiente día; fortalecer su cuerpo aún más, para ser veloz y llegar antes del anochecer a la cascada. Así, los siguientes días trabajó arduamente en su entrenamiento, y cada vez que sudaba, era un elixir de juventud; sus arrugas y su viejo aspecto desaparecían; estaba recobrando su vitalidad. Finalmente, al quitarle quizás diez años a su cuerpo, decidió probar e ir a la cascada, para ver qué más podría recordar.

Sí, un día lo logró, y recordó que ahí fue donde ella murió. Recordó que ese fue el lugar donde no pudo contener los demonios que se la llevaron; no pudo salvarla, no estaba en condiciones de un digno combate. Con tristeza dio media vuelta para marchar hacia la cabaña, y en esos momentos fue cuando escuchó a lo lejos la voz de su mujer gritar, pero el sonido desvanecía con la cascada. Su estómago se apretó, como también sus puños y dientes; nuevamente no pudo hacer algo. El anochecer estaba cercano, y con gran dolor esperanzaba en poder despertar nuevamente el siguiente día; para trabajar su fuerza y poder salvarle.

Así, los siguientes días entrenó su fuerza, devolviendo el tiempo cada vez más atrás, tan atrás que no pudo medir por estar cegado por la ira... El acontecimiento de la cascada estaba distante en años, por lo que no cabían posibilidades de salvarla aún. Los únicos acontecimiento que estaban cerca, ahora, es la del primer encuentro; el día en que se conocieron. Entonces decidió bajar a la ciudad, para prevenirle a ella de lo que sucedería, y en cada vez que corría hacia la ciudad, recordaba que así mismo se dieron las circunstancias para el primer encuentro. Así fue; la encontró donde recordaba... Estaba encarnando la situación nuevamente. Poco a poco llego el momento en que ella le roba el corazón con un beso, pero esta vez escogió no besarla. Sólo así, quizás la salvaría para entonces. El anochecer llegó y José murió nuevamente. Al siguiente día despertó no en la cabaña, sino en un templo. No había rastros de algún recuerdo de ella. Había nieve en los patios, y nadie en los pasillos. El lugar lo demandaba; meditó. Su fuerza espiritual y mental se iba incrementando. Esta vez su entrenamiento no tenía motivo... No otro que no fuera limpiar su alma. "Ahora lo comprendo, ahora todo tiene sentido; es hora de caminar nuevamente sin tropiezos" fueron sus últimas palabras.


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