-¿Dónde está el litigante?...
-Se ha ido. - Le responden al Juez.
-¿Qué haremos con éste, entonces?
-Tirarlo a los leones...
La audiencia aplaude.
-Que se levante el imputado. - y el reo se pone de pie.- ¿Cómo se declara usted?...
Aunque trató éste de hablar, sus palabras no pudieron salir. Alguien de la audiencia le lanza un objeto; el reo se tambalea.
-¿Por qué mostró sus sentimientos?...
-No lo sé. - Responde éste, con voz distante.
-¡USTED ME DA GANAS DE DEFECAR! - Se altera el Juez. - Se supone que usted... ¡Que usted tiene el corazón negro como el odio!
-No. Esa persona me mostró que no.
-¡¿Dónde ha dejado su orgullo, dónde ha dejado usted sus convicciones?!
-Aquí las tengo... - El reo abre su pecho y muestra sus podridas entrañas.
-¿Cómo es posible, entonces, que usted se sienta así?...
-Porque en la verdad, mi corazón no es negro de odio. Es negro de dolor.
-¿De dolor cómo, si usted no sabe amar?...
La audiencia aplaude.
-Pero para odiar, su señoría, primero debo amar.
-Amarte a ti mismo, claro. ¡Pero odiar a los demás!
-Él me enseñó que debo tomar el odio como a un rival. Él me salvó.
-¿Salvarte de qué?
-Del suicidio, señor.
-¡USTED AÚN ME DA GANAS DE DEFECAR!... - La audiencia aplaude una vez más. - Traeremos a quien le ha provocado cambiar sus convicciones. Su sentencia es asesinarle.
-No. No le deseo el mal.
-Entonces usted va a morir.
-No me interesa. El miedo por la sangre tiende a crear miedo por la carne.
-¿A qué se refiere usted con eso?...
-El miedo a vivir cede a un miedo por la muerte.
-¿Entonces usted no tiene miedo a morir porque no teme a vivir?..
-Así es señor. Satán está conmigo.
La audiencia murmulla. El Juez gruñe y el murmullo muere.
-¡Traigan al verdugo!
El reo es llevado al medio de la tribuna, la gente grita ofensas y ríe. El verdugo empuña la vaina; el reo piensa. Piensa, y ahora sigue pensando. Aún espera su muerte.

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