Ojalá un día deje de dar pena; no
puedo negar que me seduce. Me emputece no tener el control, no obstante me estimula
inventarme utopías crueles que se mantienen en el limbo. Pero así, al viento
frío, no sé de qué soy capaz porque no sé hasta dónde llegue a juzgar mis tracciones.
Al menos no aún, o no sé. Algo me dice que no estoy equivocado y que no es uno,
sino que dos demonios los que anidan en ese cuerpo; uno que me extorsiona para
que sea suyo, y otro que me repele por completo. En serio, deseo hasta el
infinito dejar de dar pena, pero es tanto mi apetito que me anulo, me acoplo, y
por algunos instantes dejo de constar; entonces en mi inexistencia afino lo que
me tiene mal; tantos años controlando los roces, mi lascivia, mis impulsos, mi
fidelidad y cordura que ahora cuando el mundo me insta enajenación salvaje te
abstengas tú. Supongo que para no caer en el delirio debo atenderme a tus
criterios; cara o sello – te relevo y te absorbo, o bien persisto y me derrumbo
directo a la ira.
Sin entramparse, abandonar el juego del deseo de el amor, de las
pasiones... de el fantasma de todo lo que no es, con sus cargas potentes,
en la insatisfac...
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