Arriba de la carroza fúnebre, mientras
me movía lentamente dentro del mismo saco –de gente de mierda y vacía-, mientras
manejaba lentamente para seguir la marcha, le
pregunté lo siguiente;
- ¿Con qué se supone que me
enamoraste, con tus besos, acaso serán los únicos labios que he devorado, o por
liarte en mis sábanas o por haber pensado alguna vez que eres el elixir que
necesita este nefasto y sombrío pecho? ¿Por tus grandes habilidades léxicas
comunicacionales o por tu poder extrasensorial al tacto?
- Que obstinado eres para querer
igualarte a Mozart, tu cociente intelectual me deja mucho que desear. No
necesito tener una pizca de tu voluntad para hacerte mío, ni siquiera necesito
conocerte armoniosamente los pensamientos; no seas, por favor, una persona
básica.
El silencio se mantuvo unos
minutos, no era incómodo, porque en realidad era la respuesta que quería. Él
tiene la habilidad de decirme lo que quiero escuchar, la verdad tal y como es,
y yo tengo esa habilidad de aceptar la realidad de forma tranquila.
- Tú en realidad no te has
enamorado –continuó en su respuesta- ni yo tampoco, porque no es viable aún.
La verdad es que no es un rezo cruel,
ni tampoco es algo para menos, pero de una u otra forma la conversación me
clavaba la espalda y me desdichaba en un hondo sentir. Al fin de cuentas la
infelicidad viene acorde a la situación, estábamos camino a visitar a nuestros
muertos; y la costumbre es llevarles flores, ¿o no?...
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