Ubi vos exigo evolutio, ego volo ascio vestrum animo. Tu es pestis.

© Francisco Javier Maureira P. 2005 - 2017

5.11.17

Catarsis.

Yací ahí un par de días sin tener tanta flexibilidad o movilidad, enredado entre las sábanas tal como si fuese una larva. Cada hora, minuto y segundo aumentó mi delirio como así también el dolor lumbar. Me clavaba desde adentro, como agujas tratando de penetrar el más duro de los plásticos, desgarrando desde el interior hacia afuera de mi propio cuerpo. Casi una escena clásica de terror, aunque no sintiendo un ente externo zafándose de mí, sino algo propio mío, una parte de mí naciendo. No me percaté del proceso mismo, sino hasta despertar y ver tales restos de carne en el lugar. No fue de inmediato que me percaté del frío en mis venas ni de la rugosidad de mi piel, ahora oscura, sino hasta cuando me sentí aliviado de aquellas apuñaladas que muchos mencionaron que imaginaba, que hasta hace unas horas atrás, cuando conciliaba el sueño se sentían como agudas y desgarradoras punzadas. Sí, punzaba mucho, pero ahora la tranquilidad se refleja en mis escamas. Hubo un tibio alivio recorriendo el momento, casi como si por inercia descansara, como si mis genes conocieran tal momento ancestral; tan normal como si de mudar la piel se tratase. Entonces, caminé sin meditar más hasta abrir la puerta de la habitación, avanzando con fobia hasta el espejo que se encontraba colgando en la pared inmediata a la izquierda fuera de mi dormitorio. Permanecí atónito por un largo tiempo contemplando mi nuevo yo frente al cristal, largas horas de las cuales fui consciente sólo cuando la luz comenzó a disiparse conforme la noche me abrazaba. Esta imagen frente a mí, mirándome, por fin movió sus manos, mis manos, percatándome y dándome seguridad una vez más de mi propia existencia, conectada en ese mismo instante y acoplada a ese ser, que con cada minuto que descendía el ocaso la situación se volvía más opaca, sin embargo, aquella figura me resultaba cada vez más similar a mí, como si de a poco olvidara mi anterior identidad y desvaneciera en la misma luz que escapaba de la tiniebla inminente.


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