Mis silencios eran eróticos,
no indiferentes;
mis ausencias les seducían,
y ahora aún me extrañan.
Aún me aman.
Mi silencio y mi ausencia,
entonces,
fueron letales,
porque yo sí supe envenenarles lentamente;
es que tengo práctica en desgarrar almas,
en anular corazones.
Confieso que sí,
que sí disfruté,
entonces,
matarles así.
Sin entramparse, abandonar el juego del deseo de el amor, de las
pasiones... de el fantasma de todo lo que no es, con sus cargas potentes,
en la insatisfac...
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