Entonces presencié en todo
momento como él era víctima de ese sacrilegio, vi como cayó derribado a la
tierra, directo a ese bosque, ese bosque perverso al cual con coraje entré para
auxiliarle, pero en cuanto le encontré tomó su arco, para defenderse, y me
apuntó con su flecha, desafiando el destino, este ser libre de escritura y
espíritu que forja su propio rumbo estaba por dispararme a mí; su flecha en
forma de verga estaba por atravesarme el corazón y fue en ese instante en el
que me paralicé, no quise morir, y entendí que el tampoco deseaba morir, sin
embargo de su frente se asomaba una hemorragia, jadeaba, abrió su boca y
suspiró en el instante en que bajaba su arma; entonces supe que había
comprendido mi mirada, avancé unos pasos, limpié su rostro, saqué los
perdigones. Le besé intensamente; quedé completamente enredado en todos sus
abrazos, pero mi pecho sentía algo que jamás antes sentí, abrí los ojos luego
de ese ósculo mortal, me toqué; este cupido circunciso me flechó, atravesó mi
ente, ahora estoy sangrando y próximo a morir. De espaldas fui cayendo, me
induje a mí mismo a un fatal destino, yo siempre tan ingenuo. Mientras mis ojos
se desorbitaban y la vista se nublaba, alcancé a divisar sus colores y su
sonrisa que arqueaba su bello rostro. Me desplomé entonces de forma cómoda, qué
importaba dónde, qué importa todo si la muerte me persigue como una pantera
enfurecida. Entre el humo de tinieblas de este bosque no pude más que pensar en
agradecerle; hay vida en esta metáfora de muerte, tengo un nuevo respirar,
anhelo algo más.
Sin entramparse, abandonar el juego del deseo de el amor, de las
pasiones... de el fantasma de todo lo que no es, con sus cargas potentes,
en la insatisfac...
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